jueves, 22 de diciembre de 2011

Mar brava, puertos escondidos y cafés conversados

Me resulta un tanto complicado escribir, como bien dijo una vez mi primo Juan Carlos, "algo, cualquier cosa...", con el ánimo de cerrar el año con comentarios inteligentes (o al menos inteligibles) sobre lo que se va quedando en la pluma a modo de reflexión compartida.  Y sin embargo, aquí vamos:

Para este anunciado y bullido 2012 que se apronta con anuncios del fin del mundo e inicios de ciclos llenos de experiencias cósmicas,  deseo con toda mi fuerza...

Que todos tengamos MAR BRAVA EN LA QUE NAVEGAR, para que nunca se nos olvide lo importante de aprender las cosas viviéndolas y no sólo mirando de lejos; y para que mantengamos la humildad con esta tierra que nos prestaron para vivir;

Que no nos falten PUERTOS ESCONDIDOS donde llegar, para que en nuestro camino nunca estén ausentes los cómplices, que nos esperan en ese lugar que sólo nosotros sabemos y cuyas coordenadas están guardadas con férrea lealtad;

Que siempre nos acojan los CAFÉS CONVERSADOS y los CHOCOLATES CALIENTES, para que solos o en colectivo, encontremos siempre una fuente de donde sacar energía y paz.

 

Agradecida de la vida, ilusionada con mi familia y seguidora de mis amigos, les dejo mil bendiciones. Que la dulce locura y la libertad del desamarre los acompañen todo el año.

Marce

jueves, 8 de diciembre de 2011

Palabras jugadas

Durante estas últimas lunas, entre locuras y desparrames, el tema de las palabras, valga la redundancia, ha sido tema.  Casi en calidad de asunto crítico, nuestra incapacidad para hacer un vinculo entre nuestros sueños y divagaciones con la pluma que lo plasma en un papel o en los dedos en desesperación en una teclado, parece ser crónica. No podemos; nos damos vueltas en círculos y de nuestra garganta salen sonidos planos y sin emoción.

Aclaremos qué son las palabras comunes, para no maltratar a las palabras simples, pues a ellas no sólo las admiro y adoro, sino las anhelo y busco incansablemente.

¿Cuántas veces han estado sentados frente a alguien, café en mano, pensando que lo escuchan debe ser una broma de mal gusto...? Esos discursos que parecen libretos aprendidos de memoria, recitados a trancazos y verbalizados sin inflexiones de la voz.  Muy dentro, nuestra mente divaga y elucubramos sobre con cuántas personas practicó lo que estoy escuchando. ¿De veras le dijeron que era creíble la verborrea...?

Las palabras son tesoros que merecen respeto. Si las usas, siéntelas, piénsalas.  Las palabras son como unas manos que no reconoces, que cuando te rozan la piel, te hacen temblar el pecho.  Como cuando estás bailando, y entre giro y giro sientes un hilo transparente tratando de jalarte hacia la otra persona. Eso hacen las palabras - te tiran, te acercan, te tientan, te llaman...

Quiero palabras que me revuelquen.  No quiero palabras comunes, que reconozco de libros de autoayuda donde te dicen verbo a verbo cómo salir de una situación difícil.  Quiero palabras jugadas, arriesgadas, que no les importe un poco de batalla y quieran sólo silenciarse con un beso.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Un pacto de cariño

Hay distintos tipos de pacto: acuerdos de paz, políticos, alianzas de negocio, el mismo matrimonio es uno de esos acuerdos donde se requiere una firma, y la presentación de una cédula que diga que de veras eres quien eres.  Y entre todas las nomenclaturas posibles y las que están por inventarse, hay un tipo de convenio que no tiene descripción específica, pero que es, quizás, el más profundo de todos: el pacto de cariño.

Apelar al afecto toma agallas... No sólo es el hecho de tener que pararte frente a esa persona, mirarla a los ojos y asumir que el sentimiento del otro lado está vivo y latiendo fuerte.  Además tienes que desnudar tu propia alma para que la conversación sea sincera, y sin convertirlo en súplica, penetres las barreras protectoras del otro lado apelando a cierto grado de caridad.

Cuando el acuerdo es para quedarte y amar, es casi una celebración. Pero el pacto de cariño es aquel en que solicitas, con infinita humildad, que te dejen partir.  La asimetría del querer es un hecho de la causa: existe, es y está ahí, siempre.  Si hay afecto y sabes que no hay eco del otro lado, es momento de alejarse. La piel nos exige un amor sano, simple, cómplice.

En un acto (otro más...) de infinita locura y desamarre, uno se atreve a querer.  Pero si en ese camino empiezas a hacerle daño a tus manos porque no pueden moverse con libertad; si censuras los labios porque no pueden actuar en público; si finges demencia porque estás donde no debieras; si decides que es mejor partir... pues el pacto de cariño es el amor de la otra persona de ver ese camino y entender que la distancia es justa, y necesaria.

Me sincero frente a esos ojos, alejo a los fantasmas de mi historia y escucho. Mi alma atenta como perro guardián, analiza. Vuelan por mis oídos las frases llenas de "no puedos" y entonces, entiendo.  Los "te quieros" empapados de destiempos se anulan y desaparecen. Lo pienso, y luego lo escucho mi voz decir: déjame partir.

El alma es un condominio donde uno guarda pedacitos de amor, ternura y abrazos.  El pacto de cariño quedará estampado en uno de esos recovecos.  Me despido y susurro, recordando las páginas de un viejo libro, "cuando contemples las estrellas y se te llene el alma de imposibles, es mi soledad que viene a besarte".

jueves, 20 de octubre de 2011

La locura de su sonrisa

Henri-Louis Bergson lo dijo con mucha claridad: toda risa necesita un eco.  Y como los niños que gritan bajo una cúpula y se silencian para escuchar cómo se devuelve su voz, soy el eco de una sonrisa que descubrí hace muchos años.  

A veces cuando me río, me da la sensación de que no es mi risa sino la de él. Que el reflejo de los ojos y la forma de torcer los labios no es realmente propia, sino una apropiación ilícita de los movimientos de su boca mientras ríe.  

¿Quieren saber cómo es? Ese milagro se hace así...

Primero su rostro baja, sus ojos apuntan a tus ojos y ves cómo se escapa una arruga a los costados cuando se medio cierran como queriendo afinar la vista.  Entonces se separan levemente los labios, casi en signo de sorpresa sin aún sonreír del todo.  Se mueve (siempre) hacia atrás y es entonces se ilumina y suelta la carcajada.  Sin excepción cierra inmediatamente los labios y los mojaba, en un gesto anticuado de aprobación.

Quizás lo más irónico de todo, es que hace muchos años que no veo esa sonrisa. Sólo soy su eco. Esa boca y esos ojos me enseñaron a abrir el alma al arrebato repentino de alegría, a la risa irónica y ácida, a la dulzura de un gesto de los labios.  Por ese regalo tan bello le entregué mis primeras líneas en forma de papelitos que colaba en su billetera.

Hay una fórmula importante en todo esto: la sonrisa, y el recuerdo de su génesis, son parte de la nomenclatura de mi tierra; un trocito del puzzle que estoy tratando de rearmar en el regreso a casa. 

Al recordar la locura de su sonrisa, y anhelar que el tiempo me regale la complicidad de muchas más, me doy cuenta que lo de loca y desamarrada no es de ahorita, sino que se veía gestando hace muchos, muchos años.  Brindo por el que me enseñó a reír, y suplico para arriba que nunca se me olvide cómo hacerlo.

viernes, 23 de septiembre de 2011

No soy de aquí, ni soy de allá...

Sin ánimo de plagiar a Facundo Cabral, imposible no acordarme de él y tararear, cuando partía hace unas horas de Guatemala, la melodía del "no soy de aquí, ni soy de allá..."

Los últimos tres meses prácticamente viví "a tiempo completo" en Nueva Guatemala de la Asunción (así se llama la capital, aunque ese nombre ya ni los propios chapines lo usan...). Cuando la química-farmacéutica del primer piso te saluda por el nombre, el conserje del edificio comenta contigo las noticias de Chile cada vez que te ve... ya estás oficialmente domesticada. Para qué decir cuando te das cuenta que sabes cuánto sale la tintorería en la Calle 10-4 y no lo que te cobran las dos o tres locales que están cerca de tu departamento en Santiago.

El tema es que no puedo sino agradecer profundamente a esa tierra tan bella lo que me dio estos meses.  La gallardía de su gente, su empuje y determinación; su dulzura y esa manera tan especial de acogerte y hacerte sentir que eres importante para ellos. Un verdadero regalo.

Y sin embargo, lo más trascendente del recorrido de estos meses, fue la lección de vida.  Mi capacidad de asombro se puso a prueba, y entre la dicotomía de alegría, música, violencia e injusticia, me di cuenta que Guatemala me estaba enseñando a vivir, tal como lo cantó Facundo Cabral:

No soy de aquí, ni soy de allá,
no tengo edad, ni porvenir
y ser feliz es mi color de identidad

Estoy convencida: una vez que uno sale a vivir fuera del terruño, tu corazón se vuelve gitano. Por más que uno quiera anclarse, a falta de otra locura siento que una energía extraña te tira a seguir experimentando la distancia.

A pesar de lo loca, y definitivamente desamarrada, sigo encontrando tesoros en tierras ajenas, apropiándome de sus sonrisas, y dejando pedazos de mi corazón repartidos.

Me llevo en la maleta las fotos de unos atardeceres divinos, copas conversadas con amigos, y abrazos cómplices... ¿Cómo no ser feliz?

domingo, 11 de septiembre de 2011

Que no se nos olvide el olvido...

Decir que las últimas semanas han sido intensas, es literalmente, quedarse corto en palabras.  Sin embargo, el 11 de septiembre es una fecha marcada por la historia por su intensidad, su crudeza y por las tremendas lecciones de vida que nos ha dado.  Desde el golpe militar en Chile, hasta la caída de las torres en NYC - tantas almas perdidas sin sentido.

De todos el año calendario, este el día en que me cuesta escribir.  Hay huellas y cicatrice que quedan atrás, pero uno simplemente no quiere borrarlas pues de ellas aprendió a vivir. Eso es el 9/11...

Ese día, en Manhattan, escribí esto en una libreta improvisada. Creo que habla más de lo que siento que cualquier cosa que hoy, 10 años después, trate yo de articular:


"Nueva York se transformó de un día a otro en el cementerio más grande a la redonda. La ciudad que amaneció hoy con los ojos apretados, tratando de imaginarse que todo fue un mal sueño; la ciudad amaneció callada, quieta, cerrada, triste, con hombres y mujeres caminando con miradas distraídas, más bien idas hacia un lugar oscuro donde no ven ni sienten nada...

Hoy caminé por las cenizas. Nos acercamos lo máximo posible – no por morbo, sino para despertar de la pesadilla, para decir Dios mío, es verdad, no fue un sueño...

El día amaneció más fresco.  Estaba como un marzo tibio en Santiago.  El metro funcionaba – pero pocos se atrevieron a salir de sus casas.  Algunos se sienten más seguros tras la puerta de sus departamentos.  Otros se sienten mejor llorando a solas.  Otros no quieren verlo porque el sólo sentirlo ya es muy fuerte.

Lo primero que se siente es el olor a quemado.  Un olor que viene a rachas desde las cenizas de las torres.  Caras tapadas con pañuelos y máscaras médicas se empezaron a ver caminando con la mirada perdida por las calles.  Muchos sacaron sus cámaras fotográficas porque necesitaban recordar el horror de esos momentos.  Plasmar la imagen en un papel, plasmar para decir “que no se te olvide la vida, que no se te olvide el odio, que no se te olvide el olvido”.

Que no se te olvide el olvido.  Porque muchos de los que ya no están necesitan que los recuerdes en tus oraciones.  Necesitan aceptar que se han ido.  Necesitan aceptar que han dejado mucho y  muchos atrás; sin despedirse, sin un beso, sin un te quiero.  Ellos necesitan de nuestro amor y nuestra fe para partir en paz – la paz que nosotros no tenemos hoy porque no es posible entender tanta maldad junta..."


Si ha algo que he aprendido y abrazado, es que del dolor siempre nace la fortaleza. No es que el dolor desaparezca, simplemente muta, se absorbe y uno descubre cómo vivir con ese dolor sin que te debite sino todo lo contrario: la conciencia de la fragilidad de la vida, pero de la fortaleza de nuestra alma, hace que nos aferremos a los momentos y las sonrisas; que no perdamos la oportunidad de un te quiero y que nos juguemos la vida no sólo a ratos, sino en cada respiro.


sábado, 3 de septiembre de 2011

De la fragilidad a la fuerza

Hay veces que las palabras construyen; otras veces, se hacen insuficiente. Dejémoslo en sólo un par de líneas: lloramos la ausencia (nos aferramos a no decir aún la partida) de seres especiales que tocaron la vida de muchos. Nos duele, se nos arrancan las lágrimas aunque queremos aferrarnos a la esperanza.
En México, una hermosa mujer maya, de años indescriptibles, me dijo en voz serena que la ausencia no es muerte, es el miedo que tenemos al cambio. Que nuestra única responsabilidad era aprovechar cada segundo, honrar la vida amando la vida; que no podíamos tener miedo a vivir, sino a no vivir amando. 
Toca encontrar la fuerza en la fragilidad de nuestro tiempo en el terruño.  Y aprender a decir hasta pronto...



viernes, 2 de septiembre de 2011

Se ruega tener madurez... (por favor)

Érase una vez que puse esto en otro blog.  Pero la pluma me obliga y va una mirada intensificada (revisé, la palabra sí existe en el diccionario...) de este tema: una sociedad políticamente madura es capaz de entender y aceptar que no todos piensan igual; que hay puntos de vista que tienen el derecho de ser verbalizados a través de los canales atingentes y de la forma correcta.  

Al parecer, nos falta mucho para llegar a esta madurez. Nos ofendemos con mensajes que no son más que opiniones y puntos de vista, a ratos críticos y otros de apoyo, pero miradas que tienen el derecho de ser compartidas.

Nuestra inmadurez es imperdonable.  A quienes les gusta la historia y disfrutan la lectura, o a quienes lo vivieron, recordarán los análisis que señalaron que los discursos exclusivos y excluyentes fueron los que llevaron a este país a terminar con tres opciones políticas irreconciliables. Y eso terminó en una crisis interna de proporciones. No nos hagamos los amnésicos.  La cosa fue así y es bueno asumirla.

Hoy el tema es complejo.  Tenemos a un grupo de "incapacitados en comunicación" que no saben hacer vocería desde el gobierno; se contradicen, son viscerales, sin tener respeto alguno por la disciplina de la imagen pública. Me irrita ver que no entienden que un funcionario público no es un dueño de fundo. El funcionario está expuesto a escrutinio y tiene el deber de transparentarse y articular argumentos. En el fundo, haga usted lo que quiera.

Por otra parte, tenemos a un grupo de jóvenes que no conoció ni se acuerda de la dictadura - vienen sin esa carga en los hombros. Hablan - aprendieron a hacerlo - unos más, otros menos. Argumentan. Se puede discutir si los planteamientos son válidos o no, pero están y resuenan. La cuestión aquí es otra.  Si bien verbalmente son sólidos y consistentes, su lenguaje no verbal violenta, y atenta contra la búsqueda desesperada de paz de quienes vivimos otros tiempos en este país.

Aclaremos.  El lenguaje no verbal es tremendamente importante a la hora de demostrar interés, respeto y foco en lo que se está haciendo.  No sólo es importante lo que decimos sino que físicamente debemos demostrar que estamos dispuestos a avanzar en el diálogo. Veo las noticias y me canso de analizar gestos. El desastre de intolerancia es por lado y lado. Insólito.

Tenemos que aprender a no ofendernos.  Contestemos, con ánimo de tener un diálogo crítico constructivo; analicemos lo que el otro nos plantea y respondamos con la pasión necesaria. Pero tengamos algo claro: todos tenemos derecho a dar opiniones. Eso se llama madurez.  Toda opinión merece respeto: eso también es madurez.  Llegar a acuerdos es signo de que sé comunicar y negociar; eso es, de fondo, madurez. Madurez para comunicar, y madurez para aceptar lo que se comunica.

No haga berrinches.  Comuníquese, que así nadie pierde el tiempo.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Las colinas que no quiero


A ratos simplemente hay muchas cosas que asimilar.  No es que no crea que no tenga la fuerza para hacerlo, pero cuando veo la colina frente a mí, me cuesta visualizar la sensación de libertad que se siente al llegar, y sólo prejuzgo el dolor de mis músculos tratando de resistir con algo de dignidad la escalada.

Los retos que nos pone la vida son así; caminatas en pendiente. Cuando crees que todo está tomando su curso, o al menos acercándose a él, te encuentras con otra esquina y otro punto de inflexión.

Lo irónico es que mis colinas (las que aparecen frente a mí sin darme ni cuenta), todas me obligan a alejarme, dejar, soltar, zafar… Cuando lo que más quiero es aferrarme a la tierra y a la piel, sólo porque el corazón me lo manda, aparecen estos cerros y la voz de la sensatez que me dice que debo alejarme, una vez más.

Claro, hay lejanías que no son negociables. No estoy dispuesta a dejar mi nuevo refugio, ni la cercanía de mi tierra. Pero alrededor mío muchos parten, migran, así como yo lo hice hace doce años. Ahora les toca a ellos, ahora me quedo yo mirando como parten en vuelo con el corazón medio entero (o medio roto, como se quiera ver…). 

Hay otras distancias que las manda el alma. Más bien las acata, porque a mi corazón no le gustan las despedidas.  Quiero gritar que es injusto; que no tengo por qué entender las cosas ni las situaciones con sensatez; que esta vez me toca a  mí aferrarme; que no quiero soltar; que esta vez, como dice la canción, "quiero paz, quiero una pausa, quizás morir de amor en tu mirada...".

Donde manda la Sra. Vida, no mando yo.  Donde manda mi Sra. Alma, tampoco.  Así sacando las cuentas, mejor me hundo profundo en mi propia locura porque sólo así, puedo andar desamarrada por todas partes sin que nadie me diga nada.

domingo, 14 de agosto de 2011

Lo que vale la pena...

Si me hubiesen preguntado hace seis meses, les habría dicho que todo lo que quería (con desesperación) era reconocer las calles de mi ciudad y encontrar mi refugio en medio de mi gente. No tenía idea que la historia era otra; que el aprendizaje era diferente y que la mirada iba a ser nuevamente lejana, al menos por un tiempo.

He vivido unos meses, intermitentemente, más en Guatemala que en Santiago.  Y he aprendido infinidad de esta gente tan guerrera y tan valiente, que se levanta a cambiar el mundo todos los días a pesar de la violencia, la injusticia, la irreverencia, el abuso... A los guatemaltecos les importa su tierra - se aferran a lo que aman porque entienden que si ellos no se revelan, nadie más lo hará por ellos.

Los casi cuatro meses que vivido aquí (¡entre idas y venidas suma un resto de tiempo...!), me han hecho cuestionar qué es lo realmente importante: si las divagaciones personales sobre el alma, o la lucha contra el crimen organizado, la impunidad y el hambre. Suena histriónico cuando se lee... pero la interpelación personal es muy real.  En este país esas palabras tiene rostro, y uno los ve caminando por la calle, todos los días.

Si uno pone las cosas en balance, el asunto es más simple: la actitud que uno tiene hacia la vida, es el fundamento de nuestro camino personal. Si me importa poco lo que le pasa en mi tierra, probablemente no soy capaz de ver la tristeza en los ojos de quien vive conmigo.  Si me es indiferente lo injusto, me perdonaré unas cuántas mentiras blancas para no desordenar la pseudo tranquilidad que existe con aquel que comparto las sábanas.

Uno es lo que es, sencilla e irrefutablemente. Las inconsistencias nos hacen débiles y poco creíbles. La apatía hace que no nos corra sangre por la venas y en vez de tener las agallas para llorar, hagamos una risa burlona que intenta reflejar ironía de forma ineficiente.

Hay que jugársela por la pluma irreverente que reafirma - o más bien comprueba - quien realmente somos. Como dice mi padre (quien es por cierto, mi mejor amigo...), la intolerancia debe ser hacia la estupidez y la falta de cojones, venga de donde venga.


sábado, 9 de julio de 2011

¡Que no nos callen el canto...!

La violencia nos indigna, mata, carcome y duele. Sangramos profusamente y sentimos cómo se nos va de las venas el rojo de la vida. Las lágrimas no se sostienen en nuestros ojos y sin importarnos la hinchazón y el cansancio propio del llanto, nos desbordamos en un intento por entender qué fue lo que pasó.

Mataron a Facundo Cabral. Pero que no nos maten el alma, ni el canto. Que no nos maten la valentía de seguir como Quijotes peleando por un mundo en el que valga la pena vivir; donde la capacidad de asombro no se pierda, donde nos levantemos en armas cuando alguien o algo toca o simplemente roza el derecho a la vida de otro.

El miedo nos congela porque nos convence de que ese frío nos calará los huesos y que si nos movemos, perderemos la pelea por continuar respirando. El miedo no sabe que igual como el hielo, se derrite. Se desvanece con nuestra ira que llena de calor nuestra piel y nos moviliza a no olvidar y gritar tan fuerte que nos escuchen en todos los idiomas.

Guatemala, México, Venezuela y el mismísimo Chile. No permitan que nos callen el canto.

lunes, 20 de junio de 2011

Kamikaze, o el viento divino

Los silencios no son gratuitos. Son necesarios, pero no voluntarios per se.  Escribir es una necesidad vital para un ser como yo, que en medio de kilos de timidez e introversión usa la pluma como una válvula de escape para todo el universo de aciertos y absurdos que tiene en la cabeza.  Compartir el retrato de una risa o del llanto - en especial cuando conecta con otra persona - me hace agradecer infinitamente el tener el valor para saber que estoy un poco loca, y así todo, andar por la vida desamarrada.

La ausencia de las últimas semanas fue producto de un par de invasiones. La historia sería digna de una película si fuera un ataque extraterrestre, o de espíritus, o de alguna quimera que permitiera escribir un guión que fuese, al menos, digno. Sin embargo, se trata de algo de mucho menos glamour, de mayor frecuencia y definitivamente, de infinita estupidez: la invasión de lo privado.

Phillipe Ariés fue un historiador francés que impulsó junto a otros el nacimiento de la historia de la vida privada.  En su infinita solidez intelectual entendió que el estudio de las mentalidades hablaba más de lo que somos que una lista de fechas de batallas o la descripción eterna de filosofías políticas. Sin embargo, casi cien años después, miramos nuestra propia historia y lo único que queremos es protegerla de aquellos que quieren escudriñar más allá de los candados que nosotros mismos hemos establecido.  Hay seres que simplemente no entienden que "la delgada línea roja", sí existe.


No les contaré el relato de la batalla. Aquí seguiré la línea de Ariés y sólo les contaré el sentimiento; las divagaciones de la mente.  Nadie, sin excepción, tiene derecho a irrumpir en los espacios individuales, ni con la espada del verbo o ni con la daga de la pluma para comentar, opinar o exigir explicaciones.  Todos tenemos derecho a espacios propios. Y cuando compartimos algunas ventanas de nuestra casa interior, esperamos que la fiesta se haga en los espacios compartidos y no más allá.  


Las invasiones de las últimas semanas generaron pérdidas importantes: mi pluma se trabó durante bastantes lunas; el miedo de escribir algo y generar en otra persona el deseo de un ataque de trincheras congeló mi teclado y no me dejó escribir palabra. Locuras compartidas en ese espacio privado con otra persona fueron invadidas, y a pesar del respeto y cariño, los daños personales en esa pasada fueron invaluables.


Como siempre y como en todo, uno se levanta. Aprende no de sus errores (eso es un mito, el ser humano por naturaleza repite dolores...) sino del alma que te susurra la receta para romper el miedo y la tristeza provocada por aquellos que no respetaron lo privado.

Mi alma y yo hicimos un pacto de domesticación hace un tiempo, así que nuestro diálogo es bastante más fluido que antes.  Esta vez, fue categórica: kamikaze, literalmente, significa "viento divino". En el planeta de la locura y el desamarre, la pluma es el viento y lo compartido lo hace divino.  Es mejor morir kamikaze de lo compartido que con la soledad de una puerta de hierro que se oxida de nunca abrirla.

Y bueno, por eso, aquí estamos.

lunes, 9 de mayo de 2011

Yo finjo demencia, tú finges demencia, nosotros fingimos…

Cuando nos piden una definición de cómo somos o por qué actuamos de determinada manera, no es raro que la opción sea usar una frase conservadora, nada profunda pero que definitivamente aparenta un nivel de conciencia elevado: "es que soy reflexivo...".

Ya Reflexivo... ¿Frente a la maldad universal? ¿Todo lo que pasa y no entendemos? ¿La lista de nombres en nuestra libreta telefónica?

Probablemente. Lástima que por lo general este ejercicio es nulo cuando se rata de un análisis personal. Claro está, no para auto-flagelarnos. Para eso muchos de nosotros somos unos expertos. El sentido trágico de la existencia es un bien en abundancia lejos de estar extinto parece epidemia. Por el contrario, la reflexión sobre quiénes somos es desestimada y subvalorada.

El derecho a ser uno mismo es intransable. Más bien, jugamos a la oferta y demanda con él cuando realmente no tenemos derecho a anularnos (legalmente sí, quizás, pero para el alma esto califica de atentado terrorista).

Cuando uno vive fuera de su terruño, el rescatar las raíces afincadas en el alma es un mecanismo de sobrevivencia. La única forma de resolver las adaptaciones, asumir una cultura ajena y gozarla, aprender y nutrirte, es asumir el quiénes somos y qué queremos. Es que necesitamos tener una plataforma base sobre la cual construir nuestros sueños exportados.
Ahora, en el regreso, me doy cuenta con un grado no menos de escalofrío que uno es un mercenario de su identidad. En el minuto que sentimos la confianza de la tierra propia sobre nuestros pies, transamos lo que realmente somos con la excusa del bienestar o sobrevida de nuestras relaciones. No nos atrevemos a verbalizar lo que queremos por temor a mendigar cariño o cercanía. Nos asusta el escribir un te quiero porque en nuestra mente no es sólo señal de vulnerabilidad sino que podemos asustar al otro con sendas frases comprometedoras.

Quizás no es la forma académicamente correcta de decirlo, pero por favor, que les valga un carajo...

Hasta cuando vamos a seguir con formalismos afectivos absurdos. Tanto se habla de la "insoportable levedad" de la carne y del alma. Es tan frágil esta pasada y no tenemos el coraje para vivir y decir lo que sentimos. Una declaración de afecto no es un compromiso de vida. Es sólo eso cariño sincero, intensión de amor. Lo que pase con eso sólo lo sabe el tiempo y o se trata de ponernos graves y tratar de predecir el futuro. Preferimos callar el dolor de la piel y de las manos.

El derecho a ser uno mismo es una responsabilidad. Una responsabilidad con el alma y con nuestros propios ojos, que a diferencia del resto de nuestro cuerpo, no saben fingir demencia.

martes, 3 de mayo de 2011

Lo siento, yo no creo en las despedidas…


Reniego y me retuerzo frente a los adioses.  No es que ya sean muchos. Es solo que la espinita esa que se te clava justo en el centro del pecho y no te deja respirar es bastante dolorosa.  Recorro con cuidado unas cartas amarillas (como las de la canción…) mientras se me escapa una lágrima.  Es la pluma de mi abuela.  Entre los papeles, una tarjeta pequeñísima con una dulzura sin límite se lee: “Te mando todo mi cariño, con los mejores deseos de que se cumplan tus sueños de amor y salud y paz, tan necesarios en este mundo…”.

Conciencia de los milagros, el arte en la retina en las manos que tomaban el pincel y tocaban el piano haciendo parecer todo tan, tan simple.   De carácter fuerte, dura de cabeza (dicen que lo que no se hurta, se hereda, y voy aprendiendo  de dónde vienen mis mañas), su amor hacia mi abuelo no era ciego sino incondicional, cómplice, dulce y simple.  Esa forma de querernos a todos, es, sin duda, su legado más precioso.

No me despido de mi abuela. Sólo le pido que me espere al otro lado, o que me encuentre en otra vida, o que vuelva a darse una vuelta por esta cuando no tenga nada mejor que hacer. 

jueves, 28 de abril de 2011

Crecen las raíces



Es curioso. Cuando regresé pensé que los primeros meses de apego a mi tierra iban a ser lo "justo y necesario" para hacerme propietaria de mi espacio vital. Y resulta que por azares y cuestiones del pan (entiéndase trabajo, es decir, lo que da para comer) me he pasado más tiempo fuera. Sin embargo, miro las plantas de mis pies y tímidas se asoman las primeras garras de mis raíces que quieren asirse al suelo al que otra vez, voy llegando. Sin regarlas mucho, pintadas de verde furioso, están comenzando a crecer.


Lo que me parece más irónico aún, es que ha sido en la distancia donde más he sentido los dolores del aferre al terruño.  Caminaba por Ciudad de Guatemala, sintiendo el clima tibio y húmedo y ese sol que no es que te toca sino que te acaricia, y en una de mis tantas respiraciones, apareció: doña nostalgia.


Extrañaba mi casa. Mi recién montada biblioteca; mi cama grande para dormir atravesada. Me hacía flata levantar el teléfono y llamar a mi viejo, preguntarle si me acompañaba a almorzar o nos apurábamos juntos una cerveza. Locuras, apuros compartidos. Ahí estaba esa sensación que se me había hecho ajena durante tantos años. Son esbozos del arraigo.


Una cosa es aprender a valorar lo que se tiene, y otra muy distinta es gozarlo. Mientras caminaba hice un llamado desesperado a mi locura para que se haga cargo de eso. Vivir intenso y fuerte. No sólo saber que es un milagro subvalorado el tener a alguien cerca, o que se siente bien querer... Sino abogar por la compañía de quienes nos sacan las caretas y liberan nuestras pasiones. Por el goce de las conversaciones cómplices y lo divino que puede ser compartir un café y un cigarro.


Me duelen la planta de los pies. Pero el contacto más profundo con la tierra (no sólo el caminar sobre ella...) me está dejando sentir otras cosas. Y la primera regla para seguir arraigándome parece ser el no tomar el arraigo tan en serio. Disfrutar lo simple y aprender a pedir sin pudor lo que uno quiere.


En un museo de la Antigua Guatemala, se lee el siguiente trozo de una carta escrita por Efraín Recinos:


"El motivo de la presente es manifestarle que estoy enamorado de usted, y  quiero que sea mía lo más pronto posible. Mis intenciones son serias y pueden resumirse en los reglones siguientes:  No me importa su alma a cambio de algo. Eso son cosas de las antiguas cúpulas de poder infernal. A mí lo que me urge es su cuerpo (espero no me interprete mal)..."


Hay que admitirlo. Ese grado de conexión con el alma y el deseo, sólo es propio de quienes tienen unas raíces de lujo...


martes, 12 de abril de 2011

Música anti-malas costumbres



If God is a DJ, life is a dancefloor, love is a river, you are the music… Así figuraba yo cantando (concentrada, por cierto) mientras la máquina del gimnasio marcaba las millas (no entiendo por qué no kilómetros) que llevaba recorridos y las benditas calorías quemadas (ni la mitad de las necesarias, claro). Y siguiendo en el “modo desvarío light”, me di por satisfecha con la escalada virtual y caminé por el hotel con cara de satisfacción.

¿Se han dado cuenta la cara de drama permanente con la que caminamos por la vida? Yo seguía con la música en los oídos y la dicotomía entre el ánimo del alma y las caras que veía era severo.  Pensé que quizás no había leído bien las noticias.  ¿Me habría saltado la catástrofe del día? Me apuré al alto de diarios del lobby. Nada…

Seguí mi recorrido al cuarto, y más caras largas. Tristes, consternadas, aprehensivas. Suspiré. ¿Será que tenemos apagada el alma? Parece que el hecho de respirar y estar vivos no era suficiente para cambiar el ceño fruncido de los habitantes de mi planeta.  La misma escena se repitió en el comedor, donde los olores de un desayuno, aroma a frutas y un café divino, no calzaban con la mirada medio perdida y las caras pálidas que deambulaban en busca de una tostada más.

Tenemos la mala costumbre de siempre encontrarle el lado trágico a la existencia. Qué obsesión desarrollamos por el drama.  Pareciera que nos gusta decir que estamos “pasando por un momento difícil”, o señalar que “es de los momentos más duros de mi vida”.  Y puede ser verdad; puede ser un momento terrible – pero hasta para sufrir hay que calcular los tiempos.  No todo puede un apaleo a nuestra capacidad de ser felices.

Y me acordé de la canción del gimnasio. Se nos olvida cantar (a gritos, a toda garganta a falta de entonación). Se nos olvida pedir besos simplemente porque son ricos; pedir abrazos sólo porque nos gusta la cercanía de la piel de otro; pedir sonrisas porque son contagiosas y le hacen bien a la memoria (provocan amnesia momentánea de todo lo que nos da fastidio).

If God is a DJ, life is a dancefloor, love is a river, you are the music… Uff. Me lo voy a tomar en serio. A bailar pues…

sábado, 2 de abril de 2011

Tres grados fronterizos...


Estábamos conversando con un buen amigo que vino por unas horas a mi ciudad, y caminábamos tratando de encontrar algún rincón para darle la batalla al hambre y una michelada para recordar viejos tiempos.  Y como siempre, el “¿a quién has visto?” fue conversación de rigor en la introducción de la jornada.   Pocas palabras después, terminamos filosofando (para variar…) de cómo algunas fronteras ponen a prueba la incondicionalidad de los amigos, de la entrega, del cariño.

Fronteras – es un concepto absolutamente subvalorado e incomprendido.  Nuestra mente suele ser tan básica para pensar. Frontera = límite fronterizo.  Pero esas murallas no sólo dividen naciones sino dividen almas.  Y en nuestro andar (o pasar, como se quiera ver…) por este mundo, ponemos a prueba constantemente nuestra capacidad de jugarnos por nuestros amigos, afectos, amantes y sueños.

La distancia suele ser la primera y la más simple de todas las fronteras.  Vemos a esa persona caminar por el pasillo y alejarse; o esa mano que se despide camino a un vuelo, y nuestra alma se aprieta fuerte y sangra. ¿Es la última vez que te veo? ¿Podré volver a tomarme un café contigo? Y como bien dice Sabina, lo peor de las ausencias son los espacios que hay que ventilar.  Y así es que uno abre las ventanas en un acto desesperado…

Si bien tenemos armas contra la distancia, y nos las arreglamos para hacernos presentes de un modo u otro, el tiempo, la segunda frontera, es más implacable.  De pronto abres la puerta, y ves ese rostro que no has mirado en veinte años.  Viene el abrazo, los primeros gestos de reconocimiento.  Y cuando estás conversando, y te das cuenta cuánto extrañabas a ese amigo, afecto, amante o sueño, te das cuenta que llegaste tarde… Que llegas de vuelta a su vida en un momento donde quizás no hay espacio para ti. Y entonces empieza ese dolorcito – y tienes que reconstruir ese lazo es una esfera de conciencia diferente.

Pero sabemos que incluso el tiempo tiene remedio.  Si nos entregamos – si realmente creemos que ese rostro que se te cruzó es un punto de inflexión – la cercanía y la presencia pueden dar la batalla – una de trincheras, por cierto.  

Quizás las vidas son la frontera más dura porque es la que uno menos entiende.  Un día, sin saber cómo, reconoces a una persona.  Así es, no la conoces, la reconoces.  En otra dimensión de entendimiento y cordura, compartieron locuras y esquizofrenias. Quizás se despidieron; y quizás no.  Y sin saber cómo están conversando como viejos amigos, o tocándose como viejos amantes.   

Y quizás lo importante no son las fronteras, sino el valor que tenemos para romperlas, atreviéndonos a encontrar al otro lado algo más de nosotros mismos.

“¿Dónde estuviste toda mi vida? -  Buscándote, porque te perdí en otra…”



lunes, 21 de marzo de 2011

Ligeros de equipaje


Muchas veces uno no se da ni cuenta cómo termina teniendo unas conversaciones intensísimas cuando la idea original era ir al cine. Y es que parece que nuestra mente es capaz de divagar de tal forma que navega de un mar a otro sin importar las tormentas que genere en el camino.  Nos juntamos para ver algo, cualquier cosa… Pero llegamos tarde, las salas ya habían comenzado hace más de treinta minutos y con un nivel de desgano no menor, cambiamos la butaca por una silla en un bar perdido y el paquete de palomitas de maíz por una michelada.  No tan malo el trueque después de todo.

Ambos hemos vivido fuera muchos años. Y ambos estamos reencontrándonos con las calles de Providencia, con sus plátanos orientales por doquier, cantantes improvisados en todas las esquinas y el aire frío que cae todas las noches, y que te tienta a salir por ahí. ¿Viste La Elegancia del Erizo? Creo que esa fue la pregunta inocente con la que partió nuestro tsunami mental.

Y claro. Yo la había visto en el cine; él la había leído.  Lo notable del tema, es que periplo por otras tierras nos hizo generar la misma lectura,  y por desborde, la misma angustia propia de los locos que se dan cuenta de que parte de su locura no tiene cura.  La Elegancia del Erizo habla de aprender a vivir cada momento con intensidad y sin miedos.  A atreverse a vivir, atreverse a sentir, atreverse amar.

¿Por qué alejarse de aquello que anhela nuestra alma y que nos grita que quiere? Tenemos la mala costumbre de ponerle un conserje a nuestros sentimientos.  Un “alguien”  llamado “mente” que decide qué es bueno sentir y qué no; qué es correcto y moralmente adecuado y qué es un acto de locura propia de los irremediablemente locos.

Es cliché; pero si la vida es un regalo, el amor es un milagro. ¿Por qué desperdiciarlo burdamente? Nuestra alma se viste de erizo: se pone espinas por fuera y por dentro se derrite y hace un esfuerzo inmenso por no desvanecerse.

No sabemos caminar  por la vida ligeros de equipaje. Cuando se vive fuera, aprendemos a estar con todos nuestros sentidos abiertos, porque nos podemos perder de una señal, una pista para entender mejor la tierra que recorremos.  Pero cuando llegamos a casa, parece que todos apagamos esos sentidos y los encadenamos para que no molesten.  Comenzamos a coleccionar piedras y las llevamos en los hombros fingiendo liviandad.

Nos perdemos tanto y tantos… Nos perdemos de la compañía de quienes amamos dándonos mil excusas de por qué no es el momento correcto. Nos perdemos de nuestro tiempo solos, porque pensamos que rodeados de gente estaremos más anestesiados y lo que sea que nos pasa, no dolerá tanto. Pensamos mucho y sentimos poco.

Caminar ligeros de equipaje es asumir que podemos ser extranjeros en nuestro propio mundo; que tenemos derecho a sorprendernos; que debemos perder el miedo a vivir y a sentir, porque si no, nadie va a conocer el alma de uno, y nos verán sólo como erizos, el agua salada pegada al cuerpo y carentes de toda elegancia…

jueves, 10 de marzo de 2011

Pérdidas y el afán de sobrevivencia



Con el ceño fruncido y sin perder la calidez de sus palabras, mi hermana me miró y con la ternura que siempre ha tenido hacia mí, me lo dijo: “las decisiones generan pérdidas, todas y sin excepción”. Santa verdad. Se “supone” que cualquiera que ha vivido dando vueltas por terruños lo sabe. Te montas a un avión, y dejas – es decir, pierdes…- las miradas de tus amigos, la calidez de las calles que conoces, tus plantas y hasta el sueño tranquilo de saber, a ciencia cierta, dónde es que te vas a despertar.

Esas lejanías son duras, pero en la cuota de locura propia de quienes nos hemos desamarrado y volado, está la capacidad de cerrar los ojos y estar nuevamente en ese lugar; tus sentidos giran con rapidez y de pronto puedes oler la masa de una arepa, o sentir el calor de un caldo tlalpeño; imaginarte en la arena blanca del mar venezolano o la lluvia en la cara que te dejan las calles de Bogotá. Uno desarrolla un instinto de sobrevivencia nuevo: el recuerdo.

En estos días, me está tocando aprender un tipo de pérdida que había olvidado existía. Sin ánimo de develar que uno se acerca a pasos agigantados a la mitad de la vida, han pasado casi diez veranos que no sentía esa sensación de ahogo; el no poder respirar profundo porque algo te desgarra tanto por dentro que pierdes el ritmo normal con el que los pulmones inspiran y espiran... Y es que en las pérdidas provocadas por la lejanía de la tierra, había algo que podía traer conmigo. Siempre podía guardar el instinto del recuerdo en la maleta y tomar el frasquito cuando la nostalgia me estuviera ganando una tarde. De vez en cuando lo hago.

Pero cuando las pérdidas son del alma, el desangre es lapidario.  Y es ahí cuando toca hacer un llamado desesperado a la cordura, pues el instinto del recuerdo que habías usado toda la vida, de cambio en cambio, es tu peor enemigo.  Un alma poco domesticada como la mía (eso ha sido otro de los recientes descubrimientos sobre mi misma…) no teme a querer, y se lanza al vacío en un acto pseudo-suicida sin medir las consecuencias. 

¿Y entonces? Pues entre lagrimón y suspiro, recordé que para las pérdidas del alma, lo único que sirve es la humildad. Humildad con la vida, que te quita lo que adoras porque sabe que no es tuyo.   Saint-Exupéry lo dijo muy bien en El Principito: "Es tan misterioso el país de las lágrimas..."  Y para ese misterio no queda más que asumir que no sabemos; que si no podemos amar ahorita, es porque no nos corresponde hacerlo.  La decisión de la vida es sagrada.

Hace unos momentos, me senté con mi alma a conversar, y le dije: “Ahora no te entiendo, ahora me dueles. Hagamos un trato…”  Y recordando al Principito, le supliqué: "Si yo te domestico, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Para mí, tú serás el alma más sabia del mundo. Para ti, yo seré única en el mundo que no te cuestiona..."  

¿Me habrá escuchado...?