Sin ánimo de plagiar a Facundo Cabral, imposible no acordarme de él y tararear, cuando partía hace unas horas de Guatemala, la melodía del "no soy de aquí, ni soy de allá..."
Los últimos tres meses prácticamente viví "a tiempo completo" en Nueva Guatemala de la Asunción (así se llama la capital, aunque ese nombre ya ni los propios chapines lo usan...). Cuando la química-farmacéutica del primer piso te saluda por el nombre, el conserje del edificio comenta contigo las noticias de Chile cada vez que te ve... ya estás oficialmente domesticada. Para qué decir cuando te das cuenta que sabes cuánto sale la tintorería en la Calle 10-4 y no lo que te cobran las dos o tres locales que están cerca de tu departamento en Santiago.
El tema es que no puedo sino agradecer profundamente a esa tierra tan bella lo que me dio estos meses. La gallardía de su gente, su empuje y determinación; su dulzura y esa manera tan especial de acogerte y hacerte sentir que eres importante para ellos. Un verdadero regalo.
Y sin embargo, lo más trascendente del recorrido de estos meses, fue la lección de vida. Mi capacidad de asombro se puso a prueba, y entre la dicotomía de alegría, música, violencia e injusticia, me di cuenta que Guatemala me estaba enseñando a vivir, tal como lo cantó Facundo Cabral:
No soy de aquí, ni soy de allá,
no tengo edad, ni porvenir
y ser feliz es mi color de identidad
Estoy convencida: una vez que uno sale a vivir fuera del terruño, tu corazón se vuelve gitano. Por más que uno quiera anclarse, a falta de otra locura siento que una energía extraña te tira a seguir experimentando la distancia.
A pesar de lo loca, y definitivamente desamarrada, sigo encontrando tesoros en tierras ajenas, apropiándome de sus sonrisas, y dejando pedazos de mi corazón repartidos.
Me llevo en la maleta las fotos de unos atardeceres divinos, copas conversadas con amigos, y abrazos cómplices... ¿Cómo no ser feliz?
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