De todos el año calendario, este el día en que me cuesta escribir. Hay huellas y cicatrice que quedan atrás, pero uno simplemente no quiere borrarlas pues de ellas aprendió a vivir. Eso es el 9/11...
Ese día, en Manhattan, escribí esto en una libreta improvisada. Creo que habla más de lo que siento que cualquier cosa que hoy, 10 años después, trate yo de articular:
"Nueva York se
transformó de un día a otro en el cementerio más grande a la redonda. La ciudad que amaneció hoy con los ojos apretados, tratando de imaginarse que todo
fue un mal sueño; la ciudad amaneció callada, quieta, cerrada, triste, con
hombres y mujeres caminando con miradas distraídas, más bien idas hacia un
lugar oscuro donde no ven ni sienten nada...
Hoy caminé por
las cenizas. Nos acercamos lo máximo posible – no por morbo, sino para
despertar de la pesadilla, para decir Dios mío, es verdad, no fue un sueño...
El día amaneció
más fresco. Estaba como un marzo tibio
en Santiago. El metro funcionaba – pero
pocos se atrevieron a salir de sus casas.
Algunos se sienten más seguros tras la puerta de sus departamentos. Otros se sienten mejor llorando a solas. Otros no quieren verlo porque el sólo
sentirlo ya es muy fuerte.
Lo primero que se
siente es el olor a quemado. Un olor que
viene a rachas desde las cenizas de las torres.
Caras tapadas con pañuelos y máscaras médicas se empezaron a ver
caminando con la mirada perdida por las calles.
Muchos sacaron sus cámaras fotográficas porque necesitaban recordar el
horror de esos momentos. Plasmar la
imagen en un papel, plasmar para decir “que no se te olvide la vida, que no se
te olvide el odio, que no se te olvide el olvido”.
Que no se te
olvide el olvido. Porque muchos de los
que ya no están necesitan que los recuerdes en tus oraciones. Necesitan aceptar que se han ido. Necesitan aceptar que han dejado mucho y muchos atrás; sin despedirse, sin un beso,
sin un te quiero. Ellos necesitan de
nuestro amor y nuestra fe para partir en paz – la paz que nosotros no tenemos
hoy porque no es posible entender tanta maldad junta..."
Si ha algo que he aprendido y abrazado, es que del dolor siempre nace la fortaleza. No es que el dolor desaparezca, simplemente muta, se absorbe y uno descubre cómo vivir con ese dolor sin que te debite sino todo lo contrario: la conciencia de la fragilidad de la vida, pero de la fortaleza de nuestra alma, hace que nos aferremos a los momentos y las sonrisas; que no perdamos la oportunidad de un te quiero y que nos juguemos la vida no sólo a ratos, sino en cada respiro.
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