Si me hubiesen preguntado hace seis meses, les habría dicho que todo lo que quería (con desesperación) era reconocer las calles de mi ciudad y encontrar mi refugio en medio de mi gente. No tenía idea que la historia era otra; que el aprendizaje era diferente y que la mirada iba a ser nuevamente lejana, al menos por un tiempo.
He vivido unos meses, intermitentemente, más en Guatemala que en Santiago. Y he aprendido infinidad de esta gente tan guerrera y tan valiente, que se levanta a cambiar el mundo todos los días a pesar de la violencia, la injusticia, la irreverencia, el abuso... A los guatemaltecos les importa su tierra - se aferran a lo que aman porque entienden que si ellos no se revelan, nadie más lo hará por ellos.
Los casi cuatro meses que vivido aquí (¡entre idas y venidas suma un resto de tiempo...!), me han hecho cuestionar qué es lo realmente importante: si las divagaciones personales sobre el alma, o la lucha contra el crimen organizado, la impunidad y el hambre. Suena histriónico cuando se lee... pero la interpelación personal es muy real. En este país esas palabras tiene rostro, y uno los ve caminando por la calle, todos los días.
Si uno pone las cosas en balance, el asunto es más simple: la actitud que uno tiene hacia la vida, es el fundamento de nuestro camino personal. Si me importa poco lo que le pasa en mi tierra, probablemente no soy capaz de ver la tristeza en los ojos de quien vive conmigo. Si me es indiferente lo injusto, me perdonaré unas cuántas mentiras blancas para no desordenar la pseudo tranquilidad que existe con aquel que comparto las sábanas.
Uno es lo que es, sencilla e irrefutablemente. Las inconsistencias nos hacen débiles y poco creíbles. La apatía hace que no nos corra sangre por la venas y en vez de tener las agallas para llorar, hagamos una risa burlona que intenta reflejar ironía de forma ineficiente.
Hay que jugársela por la pluma irreverente que reafirma - o más bien comprueba - quien realmente somos. Como dice mi padre (quien es por cierto, mi mejor amigo...), la intolerancia debe ser hacia la estupidez y la falta de cojones, venga de donde venga.
Hay muchas cosas por las que vale la pena jugárselas en la vida y hay que saber reconocer y valorar a los hombres y mujeres que son capaces de optar por esta decisión, porque ello las hace brillar dentro de un mundo plano y apabullador, que tiende a que nos manejemos como rebaños de corderos, que ojalá que sigan siempre la corriente y no tengan una voz ni un voto disidente.
ResponderEliminarLo que pasa es que las personas tenemos siempre la tendencia a tomar el camino más fácil, aquel que no nos saque de nuestra cómoda y aletargadora rutina, por que el solo hecho de pensar en sufrir y sacrificar cosas por algo, aunque sea un "bien mayor", nos congela y nos hace resignarnos a seguir nuestro derrotero de final previsible, no ideal, pero aceptable... pero que sin duda tiene un dejo de mediocridad.