Estábamos conversando con un buen amigo que vino por unas horas a mi ciudad, y caminábamos tratando de encontrar algún rincón para darle la batalla al hambre y una michelada para recordar viejos tiempos. Y como siempre, el “¿a quién has visto?” fue conversación de rigor en la introducción de la jornada. Pocas palabras después, terminamos filosofando (para variar…) de cómo algunas fronteras ponen a prueba la incondicionalidad de los amigos, de la entrega, del cariño.
Fronteras – es un concepto absolutamente subvalorado e incomprendido. Nuestra mente suele ser tan básica para pensar. Frontera = límite fronterizo. Pero esas murallas no sólo dividen naciones sino dividen almas. Y en nuestro andar (o pasar, como se quiera ver…) por este mundo, ponemos a prueba constantemente nuestra capacidad de jugarnos por nuestros amigos, afectos, amantes y sueños.
La distancia suele ser la primera y la más simple de todas las fronteras. Vemos a esa persona caminar por el pasillo y alejarse; o esa mano que se despide camino a un vuelo, y nuestra alma se aprieta fuerte y sangra. ¿Es la última vez que te veo? ¿Podré volver a tomarme un café contigo? Y como bien dice Sabina, lo peor de las ausencias son los espacios que hay que ventilar. Y así es que uno abre las ventanas en un acto desesperado…
Si bien tenemos armas contra la distancia, y nos las arreglamos para hacernos presentes de un modo u otro, el tiempo, la segunda frontera, es más implacable. De pronto abres la puerta, y ves ese rostro que no has mirado en veinte años. Viene el abrazo, los primeros gestos de reconocimiento. Y cuando estás conversando, y te das cuenta cuánto extrañabas a ese amigo, afecto, amante o sueño, te das cuenta que llegaste tarde… Que llegas de vuelta a su vida en un momento donde quizás no hay espacio para ti. Y entonces empieza ese dolorcito – y tienes que reconstruir ese lazo es una esfera de conciencia diferente.
Pero sabemos que incluso el tiempo tiene remedio. Si nos entregamos – si realmente creemos que ese rostro que se te cruzó es un punto de inflexión – la cercanía y la presencia pueden dar la batalla – una de trincheras, por cierto.
Quizás las vidas son la frontera más dura porque es la que uno menos entiende. Un día, sin saber cómo, reconoces a una persona. Así es, no la conoces, la reconoces. En otra dimensión de entendimiento y cordura, compartieron locuras y esquizofrenias. Quizás se despidieron; y quizás no. Y sin saber cómo están conversando como viejos amigos, o tocándose como viejos amantes.
Y quizás lo importante no son las fronteras, sino el valor que tenemos para romperlas, atreviéndonos a encontrar al otro lado algo más de nosotros mismos.
“¿Dónde estuviste toda mi vida? - Buscándote, porque te perdí en otra…”
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