miércoles, 24 de agosto de 2011

Las colinas que no quiero


A ratos simplemente hay muchas cosas que asimilar.  No es que no crea que no tenga la fuerza para hacerlo, pero cuando veo la colina frente a mí, me cuesta visualizar la sensación de libertad que se siente al llegar, y sólo prejuzgo el dolor de mis músculos tratando de resistir con algo de dignidad la escalada.

Los retos que nos pone la vida son así; caminatas en pendiente. Cuando crees que todo está tomando su curso, o al menos acercándose a él, te encuentras con otra esquina y otro punto de inflexión.

Lo irónico es que mis colinas (las que aparecen frente a mí sin darme ni cuenta), todas me obligan a alejarme, dejar, soltar, zafar… Cuando lo que más quiero es aferrarme a la tierra y a la piel, sólo porque el corazón me lo manda, aparecen estos cerros y la voz de la sensatez que me dice que debo alejarme, una vez más.

Claro, hay lejanías que no son negociables. No estoy dispuesta a dejar mi nuevo refugio, ni la cercanía de mi tierra. Pero alrededor mío muchos parten, migran, así como yo lo hice hace doce años. Ahora les toca a ellos, ahora me quedo yo mirando como parten en vuelo con el corazón medio entero (o medio roto, como se quiera ver…). 

Hay otras distancias que las manda el alma. Más bien las acata, porque a mi corazón no le gustan las despedidas.  Quiero gritar que es injusto; que no tengo por qué entender las cosas ni las situaciones con sensatez; que esta vez me toca a  mí aferrarme; que no quiero soltar; que esta vez, como dice la canción, "quiero paz, quiero una pausa, quizás morir de amor en tu mirada...".

Donde manda la Sra. Vida, no mando yo.  Donde manda mi Sra. Alma, tampoco.  Así sacando las cuentas, mejor me hundo profundo en mi propia locura porque sólo así, puedo andar desamarrada por todas partes sin que nadie me diga nada.

1 comentario:

  1. La palabra que más me desagrada es acatar... ánimo,Marce... las cosas que más cuestan son las que mas se disfrutan.

    Un abrazo.

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