viernes, 23 de septiembre de 2011

No soy de aquí, ni soy de allá...

Sin ánimo de plagiar a Facundo Cabral, imposible no acordarme de él y tararear, cuando partía hace unas horas de Guatemala, la melodía del "no soy de aquí, ni soy de allá..."

Los últimos tres meses prácticamente viví "a tiempo completo" en Nueva Guatemala de la Asunción (así se llama la capital, aunque ese nombre ya ni los propios chapines lo usan...). Cuando la química-farmacéutica del primer piso te saluda por el nombre, el conserje del edificio comenta contigo las noticias de Chile cada vez que te ve... ya estás oficialmente domesticada. Para qué decir cuando te das cuenta que sabes cuánto sale la tintorería en la Calle 10-4 y no lo que te cobran las dos o tres locales que están cerca de tu departamento en Santiago.

El tema es que no puedo sino agradecer profundamente a esa tierra tan bella lo que me dio estos meses.  La gallardía de su gente, su empuje y determinación; su dulzura y esa manera tan especial de acogerte y hacerte sentir que eres importante para ellos. Un verdadero regalo.

Y sin embargo, lo más trascendente del recorrido de estos meses, fue la lección de vida.  Mi capacidad de asombro se puso a prueba, y entre la dicotomía de alegría, música, violencia e injusticia, me di cuenta que Guatemala me estaba enseñando a vivir, tal como lo cantó Facundo Cabral:

No soy de aquí, ni soy de allá,
no tengo edad, ni porvenir
y ser feliz es mi color de identidad

Estoy convencida: una vez que uno sale a vivir fuera del terruño, tu corazón se vuelve gitano. Por más que uno quiera anclarse, a falta de otra locura siento que una energía extraña te tira a seguir experimentando la distancia.

A pesar de lo loca, y definitivamente desamarrada, sigo encontrando tesoros en tierras ajenas, apropiándome de sus sonrisas, y dejando pedazos de mi corazón repartidos.

Me llevo en la maleta las fotos de unos atardeceres divinos, copas conversadas con amigos, y abrazos cómplices... ¿Cómo no ser feliz?

domingo, 11 de septiembre de 2011

Que no se nos olvide el olvido...

Decir que las últimas semanas han sido intensas, es literalmente, quedarse corto en palabras.  Sin embargo, el 11 de septiembre es una fecha marcada por la historia por su intensidad, su crudeza y por las tremendas lecciones de vida que nos ha dado.  Desde el golpe militar en Chile, hasta la caída de las torres en NYC - tantas almas perdidas sin sentido.

De todos el año calendario, este el día en que me cuesta escribir.  Hay huellas y cicatrice que quedan atrás, pero uno simplemente no quiere borrarlas pues de ellas aprendió a vivir. Eso es el 9/11...

Ese día, en Manhattan, escribí esto en una libreta improvisada. Creo que habla más de lo que siento que cualquier cosa que hoy, 10 años después, trate yo de articular:


"Nueva York se transformó de un día a otro en el cementerio más grande a la redonda. La ciudad que amaneció hoy con los ojos apretados, tratando de imaginarse que todo fue un mal sueño; la ciudad amaneció callada, quieta, cerrada, triste, con hombres y mujeres caminando con miradas distraídas, más bien idas hacia un lugar oscuro donde no ven ni sienten nada...

Hoy caminé por las cenizas. Nos acercamos lo máximo posible – no por morbo, sino para despertar de la pesadilla, para decir Dios mío, es verdad, no fue un sueño...

El día amaneció más fresco.  Estaba como un marzo tibio en Santiago.  El metro funcionaba – pero pocos se atrevieron a salir de sus casas.  Algunos se sienten más seguros tras la puerta de sus departamentos.  Otros se sienten mejor llorando a solas.  Otros no quieren verlo porque el sólo sentirlo ya es muy fuerte.

Lo primero que se siente es el olor a quemado.  Un olor que viene a rachas desde las cenizas de las torres.  Caras tapadas con pañuelos y máscaras médicas se empezaron a ver caminando con la mirada perdida por las calles.  Muchos sacaron sus cámaras fotográficas porque necesitaban recordar el horror de esos momentos.  Plasmar la imagen en un papel, plasmar para decir “que no se te olvide la vida, que no se te olvide el odio, que no se te olvide el olvido”.

Que no se te olvide el olvido.  Porque muchos de los que ya no están necesitan que los recuerdes en tus oraciones.  Necesitan aceptar que se han ido.  Necesitan aceptar que han dejado mucho y  muchos atrás; sin despedirse, sin un beso, sin un te quiero.  Ellos necesitan de nuestro amor y nuestra fe para partir en paz – la paz que nosotros no tenemos hoy porque no es posible entender tanta maldad junta..."


Si ha algo que he aprendido y abrazado, es que del dolor siempre nace la fortaleza. No es que el dolor desaparezca, simplemente muta, se absorbe y uno descubre cómo vivir con ese dolor sin que te debite sino todo lo contrario: la conciencia de la fragilidad de la vida, pero de la fortaleza de nuestra alma, hace que nos aferremos a los momentos y las sonrisas; que no perdamos la oportunidad de un te quiero y que nos juguemos la vida no sólo a ratos, sino en cada respiro.


sábado, 3 de septiembre de 2011

De la fragilidad a la fuerza

Hay veces que las palabras construyen; otras veces, se hacen insuficiente. Dejémoslo en sólo un par de líneas: lloramos la ausencia (nos aferramos a no decir aún la partida) de seres especiales que tocaron la vida de muchos. Nos duele, se nos arrancan las lágrimas aunque queremos aferrarnos a la esperanza.
En México, una hermosa mujer maya, de años indescriptibles, me dijo en voz serena que la ausencia no es muerte, es el miedo que tenemos al cambio. Que nuestra única responsabilidad era aprovechar cada segundo, honrar la vida amando la vida; que no podíamos tener miedo a vivir, sino a no vivir amando. 
Toca encontrar la fuerza en la fragilidad de nuestro tiempo en el terruño.  Y aprender a decir hasta pronto...



viernes, 2 de septiembre de 2011

Se ruega tener madurez... (por favor)

Érase una vez que puse esto en otro blog.  Pero la pluma me obliga y va una mirada intensificada (revisé, la palabra sí existe en el diccionario...) de este tema: una sociedad políticamente madura es capaz de entender y aceptar que no todos piensan igual; que hay puntos de vista que tienen el derecho de ser verbalizados a través de los canales atingentes y de la forma correcta.  

Al parecer, nos falta mucho para llegar a esta madurez. Nos ofendemos con mensajes que no son más que opiniones y puntos de vista, a ratos críticos y otros de apoyo, pero miradas que tienen el derecho de ser compartidas.

Nuestra inmadurez es imperdonable.  A quienes les gusta la historia y disfrutan la lectura, o a quienes lo vivieron, recordarán los análisis que señalaron que los discursos exclusivos y excluyentes fueron los que llevaron a este país a terminar con tres opciones políticas irreconciliables. Y eso terminó en una crisis interna de proporciones. No nos hagamos los amnésicos.  La cosa fue así y es bueno asumirla.

Hoy el tema es complejo.  Tenemos a un grupo de "incapacitados en comunicación" que no saben hacer vocería desde el gobierno; se contradicen, son viscerales, sin tener respeto alguno por la disciplina de la imagen pública. Me irrita ver que no entienden que un funcionario público no es un dueño de fundo. El funcionario está expuesto a escrutinio y tiene el deber de transparentarse y articular argumentos. En el fundo, haga usted lo que quiera.

Por otra parte, tenemos a un grupo de jóvenes que no conoció ni se acuerda de la dictadura - vienen sin esa carga en los hombros. Hablan - aprendieron a hacerlo - unos más, otros menos. Argumentan. Se puede discutir si los planteamientos son válidos o no, pero están y resuenan. La cuestión aquí es otra.  Si bien verbalmente son sólidos y consistentes, su lenguaje no verbal violenta, y atenta contra la búsqueda desesperada de paz de quienes vivimos otros tiempos en este país.

Aclaremos.  El lenguaje no verbal es tremendamente importante a la hora de demostrar interés, respeto y foco en lo que se está haciendo.  No sólo es importante lo que decimos sino que físicamente debemos demostrar que estamos dispuestos a avanzar en el diálogo. Veo las noticias y me canso de analizar gestos. El desastre de intolerancia es por lado y lado. Insólito.

Tenemos que aprender a no ofendernos.  Contestemos, con ánimo de tener un diálogo crítico constructivo; analicemos lo que el otro nos plantea y respondamos con la pasión necesaria. Pero tengamos algo claro: todos tenemos derecho a dar opiniones. Eso se llama madurez.  Toda opinión merece respeto: eso también es madurez.  Llegar a acuerdos es signo de que sé comunicar y negociar; eso es, de fondo, madurez. Madurez para comunicar, y madurez para aceptar lo que se comunica.

No haga berrinches.  Comuníquese, que así nadie pierde el tiempo.