lunes, 20 de junio de 2011

Kamikaze, o el viento divino

Los silencios no son gratuitos. Son necesarios, pero no voluntarios per se.  Escribir es una necesidad vital para un ser como yo, que en medio de kilos de timidez e introversión usa la pluma como una válvula de escape para todo el universo de aciertos y absurdos que tiene en la cabeza.  Compartir el retrato de una risa o del llanto - en especial cuando conecta con otra persona - me hace agradecer infinitamente el tener el valor para saber que estoy un poco loca, y así todo, andar por la vida desamarrada.

La ausencia de las últimas semanas fue producto de un par de invasiones. La historia sería digna de una película si fuera un ataque extraterrestre, o de espíritus, o de alguna quimera que permitiera escribir un guión que fuese, al menos, digno. Sin embargo, se trata de algo de mucho menos glamour, de mayor frecuencia y definitivamente, de infinita estupidez: la invasión de lo privado.

Phillipe Ariés fue un historiador francés que impulsó junto a otros el nacimiento de la historia de la vida privada.  En su infinita solidez intelectual entendió que el estudio de las mentalidades hablaba más de lo que somos que una lista de fechas de batallas o la descripción eterna de filosofías políticas. Sin embargo, casi cien años después, miramos nuestra propia historia y lo único que queremos es protegerla de aquellos que quieren escudriñar más allá de los candados que nosotros mismos hemos establecido.  Hay seres que simplemente no entienden que "la delgada línea roja", sí existe.


No les contaré el relato de la batalla. Aquí seguiré la línea de Ariés y sólo les contaré el sentimiento; las divagaciones de la mente.  Nadie, sin excepción, tiene derecho a irrumpir en los espacios individuales, ni con la espada del verbo o ni con la daga de la pluma para comentar, opinar o exigir explicaciones.  Todos tenemos derecho a espacios propios. Y cuando compartimos algunas ventanas de nuestra casa interior, esperamos que la fiesta se haga en los espacios compartidos y no más allá.  


Las invasiones de las últimas semanas generaron pérdidas importantes: mi pluma se trabó durante bastantes lunas; el miedo de escribir algo y generar en otra persona el deseo de un ataque de trincheras congeló mi teclado y no me dejó escribir palabra. Locuras compartidas en ese espacio privado con otra persona fueron invadidas, y a pesar del respeto y cariño, los daños personales en esa pasada fueron invaluables.


Como siempre y como en todo, uno se levanta. Aprende no de sus errores (eso es un mito, el ser humano por naturaleza repite dolores...) sino del alma que te susurra la receta para romper el miedo y la tristeza provocada por aquellos que no respetaron lo privado.

Mi alma y yo hicimos un pacto de domesticación hace un tiempo, así que nuestro diálogo es bastante más fluido que antes.  Esta vez, fue categórica: kamikaze, literalmente, significa "viento divino". En el planeta de la locura y el desamarre, la pluma es el viento y lo compartido lo hace divino.  Es mejor morir kamikaze de lo compartido que con la soledad de una puerta de hierro que se oxida de nunca abrirla.

Y bueno, por eso, aquí estamos.

1 comentario:

  1. Que bella forma de expresarse, realmente es un Don el poder plasmar en pocas frases, el sentir de tu mente y de tu alma...

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