viernes, 4 de marzo de 2011

Puntos de inflexión (o la locura de los puntos de cambio...)


A ratos, tras caminar los recovecos de nuestra propia historia, el camino que parecía tan claramente pavimentado de pronto se divide en dos. ¿En qué momento apareció toda esta polvareda? ¿No era que yo ya había arreglado esta parte de la ruta? ¿Dónde está mi equipo de apoyo? Y claro, viene el frío en el cuello, la tensión en la garganta, el peso en los ojos y se nos cae una lágrima: el camino se desarmó y no supimos cómo.

Ese minuto, cuando se nos quiebra el camino, es nuestro punto de inflexión.

En mi cuerpo, yo lo siento en el pecho: esto va a doler; esto me va a quemar. Un pedacito de mí se quedará atascado aquí, en la herida misma del momento donde lo “que yo creía” se convirtió en ajeno para mí. Al eje del camino del cambio, el dolor de la rajadura de nuestra serenidad y nuestros planes no hace sino sangrar profusamente.  No es para menos. Las malditas expectativas que teníamos de nuestra historia súbitamente son arrugadas como partituras desafinadas al primer tacho a la redonda.  Le apostamos a una ruta a seguir, tomamos velocidad, aceleramos… y como en las películas, tenemos que saltar al vacío, mantener el manubrio firme y hacer el acto de fe de saltar aún más rápido para que las ruedas del carro alcancen a llegar al otro lado del puente cortado.

Los puntos de inflexión que se repiten en esta, “la vida bella”, si bien duelen, son de los momentos más potentes. Con su belleza, la vida nos abraza fuerte y nos murmura: “quiébrate, dale, rómpete, prometo recogerte una y mil veces”.  Y es que a diferencia de nosotros, nuestra alma sabe el valor real de cada opción en el camino. Si sólo pudiésemos escuchar esa voz de verdad que está dentro de nosotros mismo, el mundo sería otro.

En estas semanas, han seguido los viajes y cuando miro mi maleta veo el reflejo del punto de inflexión más potente en el último tiempo.  El regreso, el reencuentro… A eso le sumo que por más que quiero evitar ser parte de esos puntos de cambio (es sólo cansancio, no negación, lo prometo…) parece que me rodean seres viviendo en sus propios puntos de inflexión, que caminan en la delgada línea roja entre una vida y otra. Yo los conozco como espectadora de una teleserie dramática y en mi mente la cinta sigue corriendo: ¡por favor tírate a mi lado del camino!

Pero qué decir; los famosos puntos de inflexión no respetan egoísmos personales.  Si, si… efectivamente son insensibles.  No se trata de lo que queremos hacer, se trata de lo que la vida nos pone de frente con intención y alevosía. Generalmente, son dos opciones: o haces lo que se espera de ti (sí, la bendita expectativa) o haces lo que tu alma te dice que hagas.  No, no es crueldad el tener esas dos opciones. La verdad es que si fuésemos hombres y mujeres de sabiduría, sabríamos que sólo siguiendo lo que nos dice el alma cumpliremos la más grande de las expectativas y la única que realmente vale: la que tenemos sobre nosotros mismos.

Benjamin Franklin una vez escribió: “Either you write things worth reading, or you do things worth writing about”.  Cuando nuestra vida la recorremos en el camino pavimentado, hacemos lo primero.  Cuando abrazamos los puntos de inflexión, lo segundo.

Qué diablos. Me encantan las bifurcaciones…

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