martes, 8 de febrero de 2011

El desangre


Buscar inspiración para escribir en un aeropuerto puede ser una de las cosas más bizarras que puede hacer uno.  Pero dadas las circunstancias, aplica.  Fue en el medio de este recinto cuasi hospitalario (¿Han visto las similitudes en la elección de texturas y colores? Es una cosa impresionante…) que hice un hallazgo único en mi propia historia.  Resulta ser que soy mucho más frágil de lo que pensé.  El descubrimiento es escalofriante: me desangro. 

En efecto, no es sólo que sangre; me desangro. El proceso es doloroso, casi un acto de perdón al cosmos que te cobra con espinas cada atentado a la cordura (cosa común en los locos). Es así: se me aprieta el pecho, y cuando cierro los ojos para no seguir llorando, veo (sí, literalmente veo) como el alma con una forma casi etérea se contorsiona para evitar que se le vaya todo el líquido rojo que la hace fuerte. Y el rojo se desparrama por todo el cuerpo; tiemblan las rodillas y las manos se vuelven inútiles. Ni qué decir de la voz – desaparecen las palabras, como si por una cuestión de sabiduría de la naturaleza te quedas mudo y sólo hablan los ojos.

Yo me creía fuerte. Y resulta que la cosa no es así. Vaya uno a entender esto a estas alturas…

Me desangré en el aeropuerto.  He partido muchas veces, y aunque suene como canción, esta vez, por primera vez, el sangrado fue desangre. Las separaciones son difíciles, pero te fortalecen.  Sin embargo, esta vez tuve la certeza que esto era el cierre de un ciclo – el comienzo de una vida nueva anunciada con bombos y platillos, precedida por un acto de sacrificio. Así como las semillas, nos negamos (me niego) a entender que para poder nacer hay que morir.

La última despedida fue la más difícil. Ya de frente a la puerta de migración, recordaba las palabras de mi cómplice de locuras, Ele, que con toda la sabiduría de quienes entienden y viven estas cosas, sólo me dijo: “fuerza, nada más fuerza”. Pero despedirme fue el momento cúlmine de mi desangrado. ¿Cómo da uno las gracias, en sólo minutos, por años de cariño y contención? ¿Cómo profesas lealtad dentro de tu propia locura? ¿Cómo haces desaparecer las cordilleras de distancia para decir que siempre vas a estar cerca?

Y entonces recordé las palabras del más loco de los sabios: “El retirar no es huir, ni el esperar es cordura, cuando el peligro sobrepuja a la esperanza” (El Quijote de la Mancha).

Una parte de mí se aferra al Quijote, y es en la calidez de la locura de sus palabras que me arrullo en el medio del aeropuerto esperando tener la templanza para no soltar mi frasquito lleno de esperanza.

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