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domingo, 29 de enero de 2012
Cambio de casa =)
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jueves, 5 de enero de 2012
A las cosas por su nombre
A pesar de que van muchos años de no ejercer como historiadora - es mi locura permanente y mi profesión original - no puedo dejar de reaccionar con desconcierto a la poca capacidad que tenemos para asumir nuestra propia semblanza en este pedazo de tierra.
La discusión de los últimos días es agotadora: que si es dictadura lo que tuvimos en Chile o un régimen militar; que si fue golpe de estado o pronunciamiento militar.
A las cosas por su nombre, que cualquier otra cosa es cobardía.
Aclaremos algunos puntos para poder ser consecuentes: una cosa es la terminología que usemos para definir nuestros procesos - sin duda ésta debe ser lo más exacta posible - y otra cosa es el análisis histórico que podemos hacer posteriormente. Ahí se valen todas las visiones del mundo. Pero no nos engañemos. Si le quedan dudas de qué fue lo pasó en Chile, sólo es necesario tomar un diccionario, ver la definición de los conceptos y asumirlo como es. Golpe y dictadura. Insisto: si hubo razones o no, o cuál es el juicio histórico posterior de lo que sucedió, es un tema totalmente diferente.
Seamos sinceros: lo grave no es cambiarle los nombres al relato. Lo verdaderamente siniestro es no comprender que los pueblos que tienen soberbia en la memoria no avanzan; involucionan, se aferran a una visión de lo que no son y por lo tanto, no aprenden.
Se necesita humildad para asumir que nuestro camino como nación ha sido borrascoso, como el de muchas otras patrias. Sólo con madurez y entereza podemos asumir que esa historia imprimió un sello en nosotros que nos hace diferentes. Más conscientes de la fragilidad de los sistemas; atentos a los discursos exclusivos y excluyentes; enemigos férreos de los procesos pantanosos y faltos de transparencia.
En fin (suspiros y suspiros...): como hija de ese Chile y de esa época, me siento con el derecho de levantar mi voz (o más bien mi pluma) en desaprobación de la cobardía histórica. A las cosas, por su nombre.
La discusión de los últimos días es agotadora: que si es dictadura lo que tuvimos en Chile o un régimen militar; que si fue golpe de estado o pronunciamiento militar.
A las cosas por su nombre, que cualquier otra cosa es cobardía.
Aclaremos algunos puntos para poder ser consecuentes: una cosa es la terminología que usemos para definir nuestros procesos - sin duda ésta debe ser lo más exacta posible - y otra cosa es el análisis histórico que podemos hacer posteriormente. Ahí se valen todas las visiones del mundo. Pero no nos engañemos. Si le quedan dudas de qué fue lo pasó en Chile, sólo es necesario tomar un diccionario, ver la definición de los conceptos y asumirlo como es. Golpe y dictadura. Insisto: si hubo razones o no, o cuál es el juicio histórico posterior de lo que sucedió, es un tema totalmente diferente.
Seamos sinceros: lo grave no es cambiarle los nombres al relato. Lo verdaderamente siniestro es no comprender que los pueblos que tienen soberbia en la memoria no avanzan; involucionan, se aferran a una visión de lo que no son y por lo tanto, no aprenden.
Se necesita humildad para asumir que nuestro camino como nación ha sido borrascoso, como el de muchas otras patrias. Sólo con madurez y entereza podemos asumir que esa historia imprimió un sello en nosotros que nos hace diferentes. Más conscientes de la fragilidad de los sistemas; atentos a los discursos exclusivos y excluyentes; enemigos férreos de los procesos pantanosos y faltos de transparencia.
En fin (suspiros y suspiros...): como hija de ese Chile y de esa época, me siento con el derecho de levantar mi voz (o más bien mi pluma) en desaprobación de la cobardía histórica. A las cosas, por su nombre.
domingo, 1 de enero de 2012
De regalos y agua fresca...
Hablamos tanto de estar conectados con nuestros sentidos; de vivir la vida abrazándola, no sólo rozar con pudor su superficie. Y sin embargo, de pronto pasa algo que nos remece y nos damos cuenta que a pesar de todos nuestros esfuerzos y declaraciones de buena voluntad, nos queda ese miedo, escondido en un recoveco del alma. Simplemente no queremos pasarla mal.
Estaba dándole vueltas a esto (una mala costumbre que tengo - un área de mi cerebro que se dedica a armar historias...) cuando entró una brisa de aire fresco y recordé lo que mil veces he aprendido y repetido: ser feliz es una decisión. Quizás es la opción más importante de todas. Y cuando algo nuevo llega a nuestras vidas, no se trata de sobrecargar nuestra mochila de expectativas y promesas. Es justamente lo contrario: se trata de soltar las amarras, y simplemente ser felices.
Si lo vemos de otra manera, es como tener una copa en la mano. Alguien se acerca ofreciéndonos agua. Se ve fresca y sin tocarla nos imaginamos la sensación del primer trago en la boca. Extendemos la mano y nos sorprendemos al ver que el agua se va poniendo roja al tocar la copa... Olvidamos limpiarla antes; tenía restos de otras tardes y sabores. Y es que no podemos disfrutar el agua si no la probamos ligeros de equipaje; con nuestra copa limpia y sin buscar nada más que agradecer la dulzura del regalo que nos ofrecen.
Este año empezó con un regalo. No cualquier paquete lleno de cintas, sino uno de esos que tienes que deshojar de a poco; descubrir con cariño, reconocer con el tacto y atesorar como único. Acabo de limpiar mi copa, llenándola con el agua cómplice de los que saben que compartir es una convicción; que querer vale la pena; que la felicidad es una certeza personal y los abrazos son milagros que entregamos sólo cuando estamos completos.
Estaba dándole vueltas a esto (una mala costumbre que tengo - un área de mi cerebro que se dedica a armar historias...) cuando entró una brisa de aire fresco y recordé lo que mil veces he aprendido y repetido: ser feliz es una decisión. Quizás es la opción más importante de todas. Y cuando algo nuevo llega a nuestras vidas, no se trata de sobrecargar nuestra mochila de expectativas y promesas. Es justamente lo contrario: se trata de soltar las amarras, y simplemente ser felices.
Si lo vemos de otra manera, es como tener una copa en la mano. Alguien se acerca ofreciéndonos agua. Se ve fresca y sin tocarla nos imaginamos la sensación del primer trago en la boca. Extendemos la mano y nos sorprendemos al ver que el agua se va poniendo roja al tocar la copa... Olvidamos limpiarla antes; tenía restos de otras tardes y sabores. Y es que no podemos disfrutar el agua si no la probamos ligeros de equipaje; con nuestra copa limpia y sin buscar nada más que agradecer la dulzura del regalo que nos ofrecen.
Este año empezó con un regalo. No cualquier paquete lleno de cintas, sino uno de esos que tienes que deshojar de a poco; descubrir con cariño, reconocer con el tacto y atesorar como único. Acabo de limpiar mi copa, llenándola con el agua cómplice de los que saben que compartir es una convicción; que querer vale la pena; que la felicidad es una certeza personal y los abrazos son milagros que entregamos sólo cuando estamos completos.
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