¿No se han preguntado alguna vez por qué tienen la personalidad que tienen? ¿Cuál fue la moldura original de su carácter? Un amigo, preocupado por mi obsesión tanto por la historia propia como por la común, me “donó” una serie de textos sobre el desarrollo de la personalidad. Una tarde, sentados con el café humeante en la mano, me confesé: “no le creo a tus libros”, le dije, “la parafernalia psicológica que hay ahí no admite que a uno las cicatrices de la vida lo moldean y hasta lo determinan. Un loco que nace loco no muere siendo el mismo loco que nació; puede que siga loco pero es realmente otro.”
La cuestión es simple: recorriendo las calles de la ciudad que me vio nacer, me doy cuenta que me siento tan extranjera como en otras con las cuales me estaba encontrando por primera vez. Y es que no tiene que ver con el reconocer o no el nombre de la avenida; es más el reconocer el por qué de las risas o interpretar las razones tras los ceños fruncidos de la gente que te rodea. Trato de conectar mis propios desvaríos personales con la gente que veo pasar cerca; en algunas encuentro un recuerdo; en otras, un silencio propio de esos vacíos profundos. Y de pronto entiendo algo que quizás debí saber siempre: somos producto de nuestra historia en esta y otras vidas. Nuestra locura proviene de la certeza que nos aferramos a las vivencias compartidas, a los dolores mutuos y a las risas cómplices. Ahí está el origen, la locura original.
Ya con esto en mente, finalmente y tras un recorrido no menor, dejo el status de extranjería en el primer montón de basura que veo, y sonrío. Y es que en el mundo de los que comparten mis pasiones y aprehensiones, no soy un ente ajeno. Soy de ahí; pertenezco a quienes se alucinan con los ángulos de las sombras; que cuestionan todo sólo porque uno puede; que persiguen la acidez de los comentarios porque son el reflejo de mentes brillantes… Y ya sintiendo que un esbozo de sentido de pertenencia se va asentando en mis zapatos, camino tratando de redescubrir la forma de mis propias pisadas.
Por primera vez en muchos años dejé de sentir que el tener una maleta al lado significa que estoy de viaje. Ahora soy ciudadana del mundo de los locos (mis locos, los locos como yo, claro…). Santiago se abre ante mí como un laberinto que me entretiene el alma, y universo ya me ha regalado el encuentro con seres de mi especie. Seguro hay más escondidos en los rincones. Seguro que si no me escondo, ellos también me verán a mí…
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